Espíritu

«El Budo no es un medio para derribar al adversario mediante la  fuerza o el uso de armas letales. Tampoco se propone conducir al mundo a la  destrucción mediante las armas u otros medios ilegítimos. El verdadero Budo  requiere ordenar la energía interna del Universo, protegiendo la paz del mundo,  moldeando y preservando en su forma justa, todo lo que existe en la  naturaleza.  Entrenarse en el Budo equivale a fortalecer, dentro  del propio cuerpo y de la propia alma, el amor a los kami (dioses), las deidades que  engendran, protegen y nutren todo lo que hay en la naturaleza».   Morihei Ueshiba (1883-1968)

El entrenamiento y la disciplina comunes a  todas las vías, marciales o culturales, se componen de tres niveles de maestría:  físico, psíquico y espiritual.  En el plano físico, lo esencial del  entrenamiento consiste en el dominio de la forma (kata); el maestro proporciona  una forma o modelo y el alumno observa cuidadosamente y la repite numerosas veces,  hasta que la interioza completamente.  No se habla ni se dan explicaciones, y el  peso del aprendizaje recae sobre el alumno.  En el próximo grado de dominio de la  forma, el alumno es liberado de la fidelidad a la forma.

Esta liberación es originada por cambios  psicológicos internos que tienen lugar desde el inicio del aprendizaje. La  tediosa, repetitiva y monótona rutina del aprendizaje pone a prueba el  compromiso y la fuerza de voluntad del alumno, pero también corrige la  obstinación, controla la voluntariedad y elimina los malos hábitos corporales y  mentales.  En el proceso comienzan a surgir su verdadera fuerza y su verdadero  carácter potencial. La maestría espiritual es inseparable de la maestría  psíquica, pero sólo comienza tras un intensivo y largo período de entrenamiento.  La clave de la maestría espiritual está en el hecho de que el Yo abandone su  ego.
 En las artes marciales y culturales, la libre expresión del  Yo se encuentra bloqueada por el propio ego. En la Vía del sable, el dominio de  la postura y la forma, por parte del alumno, debe ser tan absoluta que no  exista apertura (suki) por la que pueda entrar el adversario.  Si hay apertura es  el propio ego el que la crea.  Uno se vuelve vulnerable cuando deja de pensar en  ganar, en perder, en cobrar ventaja, en impresionar o en ignorar al adversario.  Cuando se detiene la mente, aunque solo sea por un instante, el cuerpo se  paraliza y se pierde el movimiento fluido y libre.

El monje Zen Takuan (1573-1645), escribió en  un corto tratado El verdadero y prodigioso sable de Tai-A, lo siguiente: » El  arte del sable consiste en no preocuparse nunca de la victoria o de la derrota,  de la fuerza o de la debilidad, de mover un paso hacia adelante o de moverlo  hacia atrás, de que el enemigo no me vea o de que yo no lo vea a él. Comprender  esto, que es fundamental frente a la separación del cielo y la tierra, y a donde  ni siquiera Yin y Yang puedan llegar, supone alcanzar provecho instantaneo en el  arte.» Yagyu Munemori (1571-1646), maestro de armas de la Casa de Tokugawa, en  el tratado La Transmisión Familiar en el Arte de Luchar, escribió que el  objetivo del entrenamiento en las artes marciales es superar seis tipos de  males: el deseo de vencer, el deseo de confiar en la destreza técnica, el deseo  de alardear, el deseo de abrumar psicológicamente al adversario, el deseo de  permanecer pasivo a fin de esperar una apertura y el deseo de liberarse de estos  males. 

En conclusión, la mestría física y la  espiritual son una misma cosa. el Yo sin ego es abierto, flexible, dúctil,  fluido y dinámico en cuerpo, mente y espíritu. al no tener ego, el Yo se  identifica con todas las cosas y con toda la gente, viéndolos no desde una  perspectiva centralizada en sí mismo, sino desde los propios centros de los  demás.  En un círculo de contorno ilimitado cada punto se convierte en el centro  del Universo.  La capacidad de ver toda la existencia desde una perspectiva no  centrada en uno mismo es primordial en la identidad Shinto con la naturaleza y  se constituye también lo que el Budismo llama sabiduría, que en su más alta  expresión no es otra cosa que compasión. 

El Maestro Ueshiba decía con frecuencia que un  arte marcial debe ser una fuerza generadora de amor que a su vez nos conduzca a  una vida rica y creativa.  Esta fue la conclusión de la búsqueda de toda su vida  como hombre dedicado a las artes marciales.  En una de sus últimas charlas  proclamó: «El Aikido es el verdadero Budo, la obra del amor en el Universo.  Es  el protector de todas las cosas vivas, el instrumento que da vida a todo, a cada  cosa según su condición individual.  Es la fuente creadora no solo del verdadero arte marcial, sino de todas las cosas, nutriendo su crecimiento y desarrollo«. 

Al ser una forma de arte marcial tradicional, el Aikido lleva a cabo este amor universal a través de un riguroso entrenamiento  corporal. Sin embargo, la dura disciplina no puede separarse del desarrollo mental y del auténtico crecimiento espiritual.  Aunque puede que en muchos no  lleguen a alcanzar este objetivo, no obstante, el elemento crucial es el proceso  de entrenamiento, que no tiene principio ni fin, y mientras se esté en ese  camino, la realización última del Aikido como Vía de la vida, más allá de  cualquier arte marcial, puede manifestarse en el momento más inesperado.